1. Pasos 01:03
2. Lado a lado 02:19
3. Baile saltarín 02:53
4. Al final 02:00
5. Zamburguesas 02:19
6. A cubierto 03:34
7. I don’t think we should do this 02:29
8. La clave 01:50
9. Viene para aquí 01:24
10. Agitar 02:22
11. Baile en zig-zag 01:36
12. Monsters of rock 04:46
Reseña de Héctor Rey
Como lo baila el axolote es el nuevo disco de DJ YUJU!, nombre tras el que se esconde el artista santurtziarra Unai Requejo. Conozco bastante su música y he de reconocer que, cuando me comentó que escribiera una crítica –a lo cual me animé sin pensármelo dos veces-, sospeché que me iba a encontrar con un disco de música de saltimbanquis pixelados. Además, con ese título y presentación tan diver, ¿qué otra cosa podía ser? Efectivamente, así es… en parte.
¿Se puede calificar, a estas alturas, de 8-bit music a algo sólo por estar construido en base a un material determinado y reconocible –a saber, cajas de ritmos, sintetizadores vintage, sonidos glitch-? Por supuesto que no, pues lo finalmente decisivo, como siempre, es el cómo. Si bien algunos rasgos propios del imaginario de Unai –y del disco en cuestión-, presentes en la manera de articular los elementos estructurales –las melodías naïve, los timbres, el aire narrativo que inunda todas las pistas…- pueden relacionarse con el nintendocore propio de grupos como 8-bit weapon, relegar en ese estereotipo a este disco sería ser muy injusto, quedarse corto y no ir a lo esencial. Es que más allá de cómo Unai pone a funcionar su imaginario a través de esta música aparentemente tan de lenguaje, hay momentos en los que el disco, además de decir lo que tan claramente dice, dice lo que no (se) dice.
Lo curioso es que una clave esencial es, precisamente, ese lleno absoluto de lenguaje. Este es un disco horror vacui, lo cual no significa, de ninguna manera, que caiga en barroquismos decorativos: siempre pasa algo, hay una condensación estructural enorme de la que parece brotar, sudar, algo que se escapa a ella misma. Una frase tras otra, un sample tras otro, un estímulo tras otro hasta el punto que te OBLIGA a divertirte aunque no te dé la gana. Es que hay de todo: sintes retro, melodías paranoicas, samples de máquinas de pinball, y de repente… el propio Unai tocando la trompeta y añadiendo relieve al opaco armazón de sonidos digitales. ¡Hay hasta una solemne fuga de Bach que se convierte en la banda sonora de un videojuego de scroll horizontal que narra una historia de aventuras o, también, de mafias urbanas!
Y funciona, precisamente, porque esa sobrecarga estructural está repleta de todo tipo de recursos que atentan contra la cuadratura propia de la música de secuenciador -en la que, habitualmente, cada parte llega puntual a su lugar para crear el beat, y así ad infinitum-, dejando vía abierta al extrañamiento: progresiones melódicas que, de repente, introducen notas que no vienen a cuento, partes emotivas que casi son capaces de sacar una lagrimilla a base de reducir el tempo, intervenciones analógicas que por poco no encajan con el ritmo de las canciones –como el xilófono de Baile Saltarín-… ¡música tropical, calypso, con steel drums y todo! Sí, al más puro estilo Monkey Island. Qué tiempos aquellos…
Atendiendo a la estructura general del disco como tal, podría parecer, tras una audición completa, que se agota a sí misma y se vuelve redundante al llegar a los últimos temas. En cambio, a fuerza de escucharlo para hacer esta crítica, he caído en la cuenta de que es precisamente la naturaleza acumulativa del trabajo, como una disposición minimalista, lo que le dota de sentido. La propia escucha lineal termina generando la sensación de que los diferentes temas están dispuestos en vertical, apilados, algo parecido a los cajones de un archivador del que podemos elegir cuál abrir.
Es como si un músico digital de los años diez versionara a una banda de pop de los dos mil que versiona, a su vez, a un músico digital de los años noventa.
Héctor Rey
Héctor es músico experimental y artista plástico.